¿Quién dijo cierto?



Desde el momento en el que algo es tomado como verdad comienza a dudarse de ello. La naturaleza humana tiene asentada en su base esta relación que lo priva de vivir de una forma despreocupada para, desde que escucha la veracidad de algo que es indudable, tomar cartas en el asunto. Parece difícil hacerse el cuerpo a esto viendo en lo que está basada la sociedad en sí. Nos parece gustar lo fácil, lo que no implica dificultades ni calentamientos de cabeza innecesarios. Pero de repente, sin previo aviso, como una bocanada de aire fresco, aparece la necesidad de encontrar algo que destroce la inmutabilidad de la que está repletamente atiborrada la verdad. Podríamos dar por cierto que la vida es finita y con ello encontrar manifestantes frente a nuestra casa con pancartas dando por dudable ese hecho. ¡No puede ser finita!¡Demuéstralo! En ese momento podríamos cargar nuestra Browning HP-35 de 9 milímetros y dispararles en la sien, que ya vendría uno de los supervivientes diciendo que su vida no acaba allí, que el señor les aportará una vida feliz más allá de la muerte terrenal, y con esto desmantelar toda teoría atea que se precie y se quiera dar como excusa. Con ello no busco ser sádico, sino demostrar la tendencia del hombre por discutir solo cuando las cosas son dadas como ciertas y no cuando aún no lo son, para buscar una razón que determine con anterioridad cuál es su naturaleza. Aún así esto no es negativo del todo. Gracias a ello, se desterraron teorías que afirmaban la planicie de La Tierra, que hacían a nuestro orbe el centro del universo y otras muchas relacionadas con el mundo de la ciencia y la religión. Se agradece esa tendencia, pero sin caer en la hipocresía.

Somos como queremos vernos ser.



Somos seres, y no por eso humanos. A veces llegamos a ser humanos, pero con ello dejamos de lado nuestra condición de seres. Nos deberíamos llamar a nosotros mismos por lo que somos, animales. Pero esto no se puede aceptar con nuestra larga tradición racional. Nunca fuimos monos, o eso se dijo. Aunque fuimos monos, o eso se dice. Pero esto no nos pone al nivel de cada bicharraco agresivo con tendencias de dominio, de reproducción… y tantas cosas que nunca serían propias en el “ser humano” por el mero hecho de que un hombre que se precie, un varonil macho ibérico, tiene un concepto mucho más trabajado de la existencia y jamás tendría esas ansias rigiendo su comportamiento. O tal vez me equivoque. Esto de ser parcial hacia algo con lo que se está en desacuerdo es duro. Pero lo intento, vaya a ser que por llamarnos animales me nieguen entrar en el paraíso. Siempre haré como Vicente, ir allá donde va la gente. Que para eso nos atribuimos eso de seres sociales con el fin de no vagar en soledad por esta fatigosa vida (algo bueno tiene que haber en ser social). Así que me temo que tendré que rectificar. El ser humano es ser y humano, es humano, persona y tan racional como mundano. Nació privilegiado y con el don de amar, nació tal cual es hoy y tal cuál Dios todopoderoso lo creó. No busca dominar, busca guiar. No quiere reproducirse, quiere formar una familia feliz y colmada por los principios del amor al prójimo. No desea muchos bienes, desea hacer más cómoda su vida. Y claro está que de vez en cuando le traicione la lujuria, pero es que todo Dios tiene su antagonista malvado que los coacciona. Dejemos de buscar tres pies al gato, que ya se la verá él mismo en cualquier aseo matutino.  Eso sí, acá escribe el más mono de la selva.

Futuro perfecto simple.


Subí a aquel tren. Me llamaba con insistencia desde mis más profundos sueños e incluso llegó a irritarme  tanta insistencia, pero no podía negarme a sucumbir. Fui por los estrechos pasillos intentando ver el exterior por los ventanales, cada uno me mostraba un mundo y en cada mundo se reflejaba mi imagen acorde a la escena. En el primer ventanal vi mi rostro demacrado, triste y con lágrimas rodando por las mejillas, aunque a su alrededor paseaba una verdadera belleza de cuerpo  angelical, anchas caderas y fina piel. Ello me lastimó, pero decidí seguir mi camino. Pasé al segundo vagón y en la correspondiente ventana estaba yo engalanado y con aspecto de triunfador y acaudalado, pero solo. No quise seguir viendo aquello ya que esa soledad me desagradaba, y no subí a ese tren para sufrir por cada paso que daba. Debía seguir. Entré en el último vagón y encontré algo que agotó mi paciencia, todo en aquel ventanal era cíclico y mostraba algo desconcertante, mi reflejo esperaba pacientemente sentado en el centro y hasta él llegaba una bella dama que hacía iluminar su rostro hasta cegar, pero que tras unos segundos volvía a salir sin mediar palabra dejando aquella felicidad en mera anécdota.
Fueron tres estampas bien distintas pero a la vez tan parecidas que nublaron la percepción de la vida que había sostenido mi existencia hasta poner a mi persona a disposición de aquel tren sin rumbo. Tuve que salir de mi letargo velozmente, ese tren no pararía y no podía perder el tiempo decidiendo que vagón sería el que daría sentido a mi viaje. Fue rápido e incluso alocado pero la única idea que pareció ser de mi agrado llevaba mis pasos hasta la cabina de mando. Ninguno de los vagones merecía mi estancia y no pensaba saltar de ese tren en pleno trayecto, por ello y solo por ese momento saqué yarmoles para echar la puerta abajo y dar el golpe de gracia que me diese la potestad para dirigir  ese tren a dónde me interesase, sin seguir los malditos raíles que ataviaban mi futuro a ese fin tan fatídico. Me convertí en conductor ferroviario del tren de mi destino sin tan siquiera haber conseguido montar en ciclo sencillo. Toda una proeza.