Apocalipsis "nau"

Dale y escucha la cruda realidad.


Alegría en las calles, optimismo en las televisiones, brío en los mercados, euforia en el colectivo de surferos, éxtasis entre el público femenino y paz en casa. Unos se alegran de vivir donde viven, a otros la muerte masiva les rellena parrilla, los economistas se ceban con los beneficios que tomarán a largo plazo, otros más ven una magnífica oportunidad de convertir el pacífico en la nueva Tarifa y muchas advierten las repetitivas vibraciones como el "meneo" que aún no habían recibido. Aquí en casa nada cambia, nadie se inmuta, comprensiblemente.

A pesar mío, poco, pero pesar, creo que alguien olvidó que las naciones islámicas se encaminaban a la anarquía parlamentaria, que en no sé qué país o aldea de América baja, la pobre, murieron no sé cuántos, que aquí en la gran patria que sobrevivimos, al menos yo, se hunde en la miseria a ¡ciento diez kilómetros por hora!, que las bolsas no remontan, que la mujer sigue estando infravalorada, que las pensiones sufragan pasiones, que los bosques no tienen árboles autóctonos, que cada día en el cuarto mundo mueren millones de seres inferiores, que...que...que...Nada. Y digo pesar, porque desde siempre me ha sonado a malestar gástrico, y porque a mí todo esto me sabe hipócrita. 
Dando por hecho que, o los medios mienten con sus cifras, o al fin y al cabo el valor de las vidas es tan ínfimo como el que yo les doy, me voy a ir despidiendo con la única verdad que he obtenido esta semana, el testimonio de mi abuela, en sueños y posmortem, que, a la pregunta de: Abuela, ¿Dios existe?, ella contestó: Na, ni grajo.  

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